Vendrás,
sé que vendrás
cuando
mi aliento sólo sea un suspiro
perdido
en las tinieblas del ocaso,
cuando
mi cuerpo fluya a la deriva
por
un mar sin sentido
de
tanto naufragar tras tu silencio.
Vendrás, sé que vendrás
al
filo de una oscura medianoche
mientras
la madrugada se hace eterna
y
en su terca quietud
se
niegue a caminar hacia la aurora
del
ansiado y postrero nuevo día.
Vendrás, vendrás y...entonces,
¡cuánto
lamentaré no haber vivido
todo
el tiempo a la sombra de tu risa
para
pintar la nieve de tu rostro
con
versos de colores encendidos,
para
adornar tus trenzas infantiles
con
flores a la vera del camino,
para
incendiar la fronda de tu cuerpo
con
estas manos mías, como antorchas
en
busca de recónditos remansos
donde
apagar la sed por tanta espera!
Regresarás, lo sé,
cuando
la densa niebla ya me envuelva
con
sus brazos de bruja plañidera,
cuando
este barco mío ya zozobre
en
las sombrías aguas del Estigia
y
el tiempo derrochado en no tenerte
me
aplaste la conciencia como losa.
Vendrás
entonces tierna y afligida
sobre
una luna llena exuberante,
ataviada
con túnica de seda,
y
besarás mi frente tiernamente
con
un último beso
en
las primeras luces de una aurora
lejana
ya, imposible.