Hoy regresé a tu
sombra,
hoy llegué a
descansar bajo la fronda
de tu poblada barba
de anciano venerable.
Curtido en mil
batallas al relente,
sabio en mil
primaveras,
te dejaste la piel
de tu corteza,
cien mil veces
herida,
en perseguir la luz
de la mañana,
en absorber la savia
redentora
desde ocultos
remansos en lo hondo.
En cada nueva
aurora,
le lavabas la cara a
cada hoja
con agua cristalina
del rocío
y acogías después
entre tus ramas
a legiones de seres
indefensos
o ahuyentabas a
extraños y enemigos
con ráfagas heladas
que el frío viento
del norte te prestaba.
¡Viejo chopo del
río,
amigo de mi infancia
y juventud!
Hoy vuelvo a tu
quietud de árbol sereno,
cansado ya de mundo
y anciano, como tú.
Hoy vengo a
devolverte las caricias
que recibí a la
sombra de tus hojas.
Hoy vuelvo a
rodearte con mis brazos
el tronco ya
arrugado y carcomido
por años soportando
fríos inviernos
en triste soledad.
Tú eres, chopo del
río,
el amigo más fiel
que nunca tuve,
el amor más sincero,
el más cálido hogar.
Por eso, cuando
lleguen mis últimos latidos,
quisiera descansar
bajo tu copa
y fundirme contigo
cerca de tus raíces
en un abrazo eterno
que eleve nuestras
almas al paraíso
donde árboles y
hombres que se amaron
vivan ya siempre
unidos
por toda una
infinita eternidad.