14/12/18

El viejo chopo



Hoy regresé a tu sombra,
hoy llegué a descansar bajo la fronda
de tu poblada barba de anciano venerable.

Curtido en mil batallas al relente,
sabio en mil primaveras,
te dejaste la piel de tu corteza,
cien mil veces herida,
en perseguir la luz de la mañana,
en absorber la savia redentora
desde ocultos remansos en lo hondo.

En cada nueva aurora,
le lavabas la cara a cada hoja
con agua cristalina del rocío
y acogías después entre tus ramas
a legiones de seres indefensos
o ahuyentabas a extraños y enemigos
con ráfagas heladas
que el frío viento del norte te prestaba.

¡Viejo chopo del río,
amigo de mi infancia y juventud!
Hoy vuelvo a tu quietud de árbol sereno,
cansado ya de mundo y anciano, como tú.
Hoy vengo a devolverte las caricias
que recibí a la sombra de tus hojas.
Hoy vuelvo a rodearte con mis brazos
el tronco ya arrugado y carcomido
por años soportando fríos inviernos
en triste soledad.

Tú eres, chopo del río,
el amigo más fiel que nunca tuve,
el amor más sincero,
el más cálido hogar.
Por eso, cuando lleguen mis últimos latidos,
quisiera descansar bajo tu copa
y fundirme contigo cerca de tus raíces
en un abrazo eterno
que eleve nuestras almas al paraíso
donde árboles y hombres que se amaron
vivan ya siempre unidos
por toda una infinita eternidad.



15/8/18

Libélula






En leve vuelo, tus alas de cristal
irisadas al sol de la alborada,
elevan sobre el lienzo del estanque
tu ingravidez de ninfa solitaria.
                     
Espadilla de efímera existencia
que asombras con tu gracia al universo,
es prodigio de técnica y belleza
                    el etéreo batir de tu aleteo.
                                  
Criatura quebradiza en apariencia,
                    serás por siempre reina del remanso;
curioso predador de cien mil ojos:
bella herencia de un  tiempo cuaternario.

23/7/18

Mariposas




Pasaron por mi vida
como las mariposas:
en un vuelo fugaz,
sin detenerse apenas
a oír mi corazón
de amante desolado.
Mas, cuando se marchaban,
lejos ya de sus alas,
todo se hacía silencio
y me envolvía la noche
con su manto siniestro
de pálidas estrellas

Algunas eran blancas,
llegaban limpias, puras
a mi sed milenaria.
Me dejaban sonrisas,
envolventes miradas
y un candor tan patente
que saciaban mis ansias
con solo contemplarlas.

Otras llegaron solas,
perdidas, apenadas,
huyendo de otros brazos.
Buscaban mi calor
de hombre comprensivo
y honesto. Me contaban
sus penas entre llantos
y yo, las consolaba
ofreciendo mi hombro
para secar sus lágrimas.
Más tarde, ya respuestas,
emprendían el vuelo
en busca de los brazos
que antaño despreciaban.

Y un día de primavera
llegó la más hermosa,
la menos esperada:
mariposa infeliz,
solitaria y errante
huyendo de sus miedos.
Traía nieve en su vuelo
y fuego en su mirada..
Polilla generosa
que todo me entregaba
sin pedir nada a cambio.
Ella me hizo sentir
que el mundo no es tan malo
como yo imaginaba.

Un tarde de invierno
cuando el viento azotaba
nuestros cuerpos cansados,
una ráfaga helada
me apartó de su lado,
me arrastró tras las huellas
de un sueño peregrino.
Me olvidé de sus alas,
de su aura de luz
y la dejé perdida
en mitad de la noche.
Una intensa nevada
puso un vestido blanco
a su nuevo fracaso.
Supe que me lloraba.

Hoy me hiere el recuerdo
de sus ojos abiertos
en cada madrugada.
Mariposa infeliz…
¡nunca otra mariposa
fustigó así mi alma!

1/5/18

Mis infinitos sueños (glosa)




  “En mi cielo, al crepúsculo, eres como una nube
   y tu color y forma son como yo los quiero.
   Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces
   y viven en tu vida mis infinitos sueños”

                                 Pablo Neruda



           Eres isla remota en el mar de mis sueños,
           golondrina viajera entre las multitudes.
           Eres como un oasis en mi vasto desierto;
           en mi cielo, al crepúsculo, eres como una nube.

           Es tu boca una fuente para mi sed eterna,
           consuelo de mis penas es tu ondulado pelo.
           Son tus ojos dos faros en mis noches en vela
           y tu color y forma son como yo los quiero.

                Y adorno en la mañana con tu nombre el espacio
                 para que el cielo sepa de tus ansias de azules.
                Y subo hasta la cima para gritar al mundo:
                eres mía, eres mía, mujer de labios dulces.

           Pero al llegar la noche, se entristece mi alma
           y regreso a mi alcoba a lidiar con mis miedos.
           Y allí, frente a la hoguera, te pienso muy cercana
           y viven en tu vida mis infinitos sueños.



26/2/18

Días luminosos





Tenían tanta luz aquellos días
que incluso en las entrañas de la más negra sombra
podía ver tus ojos apacibles
escrutando mi alma.

Y eso que por entonces
apenas te miraba así, de frente
–pensaba que tus ojos podían delatarme-
Yo usaba más los labios y la lengua
–incluso para hablar-
por ser mucho más dúctiles,
más dados al reencuentro, a la conquista fácil…
-o eso pensaba yo-

Y al besarte -¿recuerdas?-
yo te hablaba de amor;
tú a mí, de libertad.

Me hablabas de otras vidas
avanzando sin rumbo
 por la intrincada selva del destino.
De los tristes mendigos que duermen en Madrid
en los bancos del metro.
De los niños aquellos que corrían por tu barrio
sin padres ni futuro.
Decías: “Son carne de cañón,
pero son seres libres como el viento de marzo”

Así eras tú de ingenua,
de un candor insultante.
Pero seguí tu juego
porque me interesaba,
y me quedé a tu lado por un tiempo prudente
aún sabiendo que el pilar de tu mundo
no era más que un invento de poetas sin juicio,
más locos que las nubes en abril.
(Eso sí,
los únicos poetas
que sienten en sus carnes la poesía).


Luego,
una tarde de euforia colectiva,
cuando aquella tormenta de verano,
me marché tras la gente
que gritaba consignas de grandeza
y ofrecían promesas de futuro.
Y ya no te vi más…

Al cabo de los años,
una gélida noche,
de las muchas que pasé en soledad
tras el brutal fracaso de mi vida,
comprendí de repente
cuanta razón tenías.

Sólo tú conocías el secreto,
el camino correcto
hacia la clara luz de la verdad.
Y todo lo demás eran falacias,
inventos peregrinos vestidos de oropel.
Lo único importante al fin y al cabo
es ser dueño absoluto de tu tiempo
(de nada sirve poseer el mundo
si no es en libertad).

Y tan bien lo sabías,
tan convencida estabas,
que me dejaste partir tras la quimera
sin sujetar mis bridas,
sin alterar mis torpes anhelos de grandeza
de transformar el mundo
aún sabiendo que todo era tan vano e imposible
como beberse el mar.

La vida es justiciera:
te castiga por todos tus errores
el resto de tus días
con la llama cruel de los recuerdos
sin que jamás te permita volver
para cerrar con llaves redentoras

las terribles heridas del pasado!

¡Tenían tanta luz aquellos días!

17/1/18

A un espíritu libre




Ayer supe de ti después de tanto tiempo
y recordé tus trenzas a los catorce años
como dos centinelas que guardaban celosas
tu adorable sonrisa de inquieta adolescente.
Y recordé tus ojos de un azul contundente,
dos zafiros robados a la tierra salvaje
en las lejanas minas de un país oriental
para ser engarzados en el marco perfecto
de tu atezado rostro de princesa gitana.

Ayer…ayer supe de ti.
Me dijeron que habitas en el reino del viento
y con él vagas libre, sin rumbo, sin destino, 
siguiendo sus vaivenes, sus giros caprichosos,
bebiéndote la vida sin ahogarte en sus aguas.
Y no me sorprendí, sabes que te conozco.
Tú nunca regresabas al punto de partida.
Tú jamás te volvías a mirar unos ojos
tras dejarlos bañados en lágrimas amargas.

Con tu feroz belleza derruías murallas,
con tu loca pasión ahogabas voluntades
y después te alejabas del lugar del naufragio
dejando los cadáveres pudriéndose en la playa
bajo el tórrido sol del eterno abandono.
Ni el frío, ni la lluvia, ni el calor, ni la niebla
lograron retenerte entre cuatro paredes.
Tú salías cada día a buscar el amor,
 un amor sin amarras, sin cargos ni  promesas.
Nunca supiste amar a un solo corazón,
nunca bebió tu sed de una única fuente :
tú anhelabas beberte todo el mar, de repente…


Ayer supe de ti y volví a preguntarme
después de tanto tiempo si aún recuerdas mi nombre.
Supongo que ya no, que para ti soy nada
cómo mucho, si acaso, un número en tu agenda,
una luz mortecina en tu cielo fulgente…

Ayer supe de ti y se me vino encima
como un alud de rocas pesadas, colosales
el muro aquel de adobes que un día levanté
con la firme esperanza de separar por siempre
de mi frágil memoria tu incendiario recuerdo.

Ya ves, no te olvidé, nunca pude lograrlo,
¿acaso puede alguien olvidarse del cielo
cuando el cielo gimió un día entre sus brazos?