17/1/18

A un espíritu libre




Ayer supe de ti después de tanto tiempo
y recordé tus trenzas a los catorce años
como dos centinelas que guardaban celosas
tu adorable sonrisa de inquieta adolescente.
Y recordé tus ojos de un azul contundente,
dos zafiros robados a la tierra salvaje
en las lejanas minas de un país oriental
para ser engarzados en el marco perfecto
de tu atezado rostro de princesa gitana.

Ayer…ayer supe de ti.
Me dijeron que habitas en el reino del viento
y con él vagas libre, sin rumbo, sin destino, 
siguiendo sus vaivenes, sus giros caprichosos,
bebiéndote la vida sin ahogarte en sus aguas.
Y no me sorprendí, sabes que te conozco.
Tú nunca regresabas al punto de partida.
Tú jamás te volvías a mirar unos ojos
tras dejarlos bañados en lágrimas amargas.

Con tu feroz belleza derruías murallas,
con tu loca pasión ahogabas voluntades
y después te alejabas del lugar del naufragio
dejando los cadáveres pudriéndose en la playa
bajo el tórrido sol del eterno abandono.
Ni el frío, ni la lluvia, ni el calor, ni la niebla
lograron retenerte entre cuatro paredes.
Tú salías cada día a buscar el amor,
 un amor sin amarras, sin cargos ni  promesas.
Nunca supiste amar a un solo corazón,
nunca bebió tu sed de una única fuente :
tú anhelabas beberte todo el mar, de repente…


Ayer supe de ti y volví a preguntarme
después de tanto tiempo si aún recuerdas mi nombre.
Supongo que ya no, que para ti soy nada
cómo mucho, si acaso, un número en tu agenda,
una luz mortecina en tu cielo fulgente…

Ayer supe de ti y se me vino encima
como un alud de rocas pesadas, colosales
el muro aquel de adobes que un día levanté
con la firme esperanza de separar por siempre
de mi frágil memoria tu incendiario recuerdo.

Ya ves, no te olvidé, nunca pude lograrlo,
¿acaso puede alguien olvidarse del cielo
cuando el cielo gimió un día entre sus brazos?